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Dante Gebel - Almohada de Piedras

chino bravo
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Quiero que por unos instantes te detengas a observar a Jacob. Su juventud no fue del todo apacible, y a medida que se fue transformando en adulto, sus crisis se hicieron más agudas.

El capítulo 28 del libro de Génesis nos ubica en el cuadro: Jacob está viviendo una situación límite. Se encuentra solitario, triste y deprimido; no es para menos, su hermano lo persigue para matarlo y tarde o temprano él sabe que lo alcanzará.



Hasta este punto, yo no hubiese incluido a Jacob en la Biblia; al fin y al cabo él es un estafador y acaba de engañar a su propio padre haciéndose pasar por su hermano para quedarse con la primogenitura. Pero Dios lo lleva a una situación límite para darle una visión.

«Y llegó a un cierto lugar, y durmió allí, porque ya el sol se había puesto; y tomó de las piedras de aquel paraje y puso a su cabecera, y se acostó en aquel lugar» (Génesis 28.11).

Jacob no tenía un colchón confortable para pasar la noche, solamente una rústica almohada de piedra. Allí recostó su cabeza, y en este sitio Dios le habló de su futuro: «Será tu descendencia como el polvo de la tierra, y te extenderás al occidente, al oriente, al norte y al sur; y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente» (Génesis 28.14).

La Biblia narra que Jacob tiene también una visión estremecedora: una escalera que iba desde la superficie terrestre hacia los cielos; Dios en un extremo y ángeles subiendo y bajando por ella. Pero lo más sorprendente es lo que nuestro hombre hizo luego de que la visión acabó: «Y se levantó Jacob de mañana, y tomó la piedra que había puesto de cabecera, y la alzo por señal, y derramó aceite encima de ella» (Génesis 28.18).

Derramó aceite sobre la piedra. Bendijo su rústica almohada de granito. Jacob pudo haber interpelado a Jehová por la mañana y haberle dicho: Está bien.

Convengamos en que realmente creo que vas a darme todo lo que me dijiste en la visión de anoche; pero olvidaste ver mi presente: desperté en la misma piedra en la que me recosté anoche; pudiste haber hecho el milagro de darme una almohada más cómoda… digamos, como adelanto de la visión.

¿Te suena ridículo? Sin embargo nosotros actuamos de esta forma: «Señor, si realmente tengo un ministerio con las multitudes, ¿por qué sigo siendo el encargado de la limpieza del templo?» «Si anoche la palabra profética fue cierta, ¿por qué hoy sigo sintiéndome como si nada hubiese cambiado?»

Queremos un adelanto para poder creer, aunque se trate de una almohada. Nos cuesta comprender que ayer Dios nos prometió algo grande y hoy seguimos fabricando muebles en nuestra carpintería privada.

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